Resulta terriblemente emocionante
pasar, en estos días, de un escenario a otro por obra y arte de estos artistas
empecinados a quienes día tras día, con la ayuda de Juan Granero, acompañamos
acá en el Cedroniano y en el facebú ad hoc, y “de cuerpo presente” todas las
veces que se puede. Los viernes en El Popular, con la Musaranga, con el Puchero Misterioso y después…, con todo ese mundo mágico, delicado, amoroso,
generoso, imprescindible puchero que le da de comer al almita (porque los
cedronianos también tenemos almita). Los sábados, estos sábados, en Hasta
Trilce, con la Lija, con la Cantata del Gallo Cantor, con la obra rescatada,
con toda esa historia argentina y latinoamericana latiendo ahí como corazón
herido que no tiene la más menor intención de morirse. En ambos escenarios: el
Cuarteto Cedrón. Y de un viernes al sábado, de otro viernes a otro sábado, uno ve
que hay ahí entre un espectáculo y otro las dos puntas que, desde siempre,
marcaron el universo del Cuarteto, las que encarnan –en lo poético– las
figuras de Gelman y de González Tuñón. No hay necesidad de elegir, nos podemos llevar todo y uno se
siente agradecido por eso.
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