Foto / Cedrón por Coviello |
Cada uno de los ciclos del Cuarteto Cedrón tiene su peculiaridad, y “Encuentros en el Taller” no podía ser la excepción. Hay, en principio y con rango de evidencia, una cuestión espacial: los músicos “están ahí”, al alcance de una sonrisa, y esa cercanía genera algo diferente en el cuerpo de los espectadores. Nos tocó, por ejemplo, estar del lado del Profe Praino y Josefina García –qué dúo, madre mía!-, y entonces las vibraciones de sus cuerdas nos “tocaron” más hondamente.
También fue grata la novedad y la potencia rítmica del
bandoneón de Julio Coviello, y lo que provoca en un Tata que se sale de la
vaina, acompañando sus propias melodías con toda su humanidad al borde de lo
bailable. O las nuevas canciones, basadas en poemas del rescatado Héctor Pedro
Blomberg, con músicas de Daniel Frascoli, la José García y el propio Cedrón
-que ya han sido grabadas, y que se presentarán con la Compañía La Musaranga-.
Como lo anterior, el resto también entra en el terreno del
deleite de la escucha. Los tangos, desde luego, pero también los valsecitos,
las canciones de los puertos, y hasta una “cumbia” rante. Pero, además, está lo
que cuenta el Tata entre canción y canción, que es todo su universo de lecturas
condensado en el breve espacio de un interludio conversado que, sin embargo,
viene de lejos, de cuando su hermano Alberto, allá en La Boca, le decía: “Leé
ésto”, ó “Leé a fulano”.
Y es un precioso reconocimiento fraterno que el Tata le hace
a quien abrió caminos, pues hasta el final Alberto siguió sugiriendo lecturas
(“Las mil y una noches”, nada menos) para que su hermano les descubriese su
sonido. Y, a la vez, ello permite el despliegue de una “pedagogía cedroniana”,
que comienza narrando una historia (y cómo nos gusta que el Tata nos cuente
historias!), y termina recomendando un libro de Enrique González Tuñón que
acaba de publicarse.
No quiero sacarlo al Tata de su ámbito específico, siendo
como es un músico excepcional. Pero sí me parece adecuado decir que también lo
es gracias a que ha leído mucho y muy bueno, y que ha sabido procesar esas
lecturas, digerirlas con cariño y mantenerlas en el paladar de la pasión. Esos
cuentos que el Tata comparte con el público son sus tesoros de lector, son sus
páginas amadas, las que hablan de la ternura y la calidez humana como un modo
dichoso de estar en la vida.
Conociendo su propia tibieza, es absolutamente congruente que
el Tata cuente las cosas que cuenta. Es la belleza del mundo, el dulce aroma de
los días, el calor de los amores, la presencia necesaria y urgente de los
afectos, la poesía escondida en las cosas, la reflexión unida al cuore, y
dejarse un espacio para leer aquello que vale la pena.
Carlos Semorile