Cuando en el escenario el Tata Cedrón agarra la
parla, uno asiste a otro de sus dones: el de ver cómo su cálida devoción nos
lleva a la cercanía de poetas que hicieron de la ternura una emoción
perdurable.
Anoche, acompañado por la viola de Daniel Frascoli
en el espectáculo “Te llevo en el barco de mi corazón”, el Tata repitió los
últimos versos de varias canciones como queriendo subrayar una idea o una
emoción –o mejor: una idea emocionada- que, por ejemplo, Manzi plasmó en una
letra que Cedrón musicalizó como los dioses, pero él insiste en señalar la
delicada sintonía que Homero tuvo al escribir esos versos.
Y es que, como él mismo contó, no siempre supo los
secretos del oficio de ponerle música a los poemas, pero le fue encontrando la
vuelta porque el Tata es un juglar de oído exquisito para la rima.
Sólo siendo un consumado poeta oral se explica que
su memoria evoque el desafío que Cátulo Castillo le hiciera a Manzi para que
escribiese una canción que contuviera cinco palabras, ninguna de ellas
sencilla, y que éste resolvió en “Monte criollo”. Y así como el Tata volvió a
cantar ese estribillo formidable, también nosotros podemos reiterar que
anécdotas como esta resumen una idea de la patria y de la cultura que somos.
Y es que ya pasaron sesenta años desde que Cedrón
se animara a ponerle melodía a una poesía de Gelman que no terminaba de cuadrar
y que se excedía por algún costado, y que intentara y lograra la milonga que
Julio Huasi, un Maiakovski arrabalero, había insinuado en su poema. Y que
además ellos y tantos más fueron amigos suyos y de sus hermanos, y que
atorranteando, viviendo y escribiendo, generaron una fuerte tradición.
Esa palabra-tradición- que el Tata dijo como a la
pasada, pero a la que lo unen todos estos años de estar creando y dando a
conocer la mejor literatura musical argentina, cantándola cada día mejor como
el que te jedi, y siempre jugándose ese prodigioso corazón suyo que tanto
amamos.
Carlos Semorile