Fotografía de Carlos Vizzotto |
El espectáculo se llama
“Arrabal Salvaje”, y es un recorrido danzado por las canciones del Cuarteto
Cedrón a partir de las coreografías de Andrea Castelli. Pero, ¿cómo?, ¿se puede
bailar “Eche veinte centavos”? ¡Se debe! Nos los debíamos todos los que
tirábamos pasitos tímidos debajo de las mesas, y en la oscuridad cómplice de
los teatros. Hay un montón de temas del Cuarteto que invitan al abrazo, y hay
otro montón de canciones cedronianas a las que uno nunca imaginó que iba a
verlas bailadas e interpretadas por un cuerpo de profesionales de la danza.
Pero esta última frase se revela muy pobre porque no refleja lo que uno sintió
cuando vio esos cuerpos en estado de poesía.
En estado de poesía no sólo
porque sean capaces de asumir y superar el desafío de poner en escenas algunos
poemas nada fáciles, sino porque además interpretan una época mítica de
zaguanes y glicinas, de sillas en la vereda y lances como estocadas, de
romances afiebrados y cartas de amor ovilladas bajo un lazo punzó. Se trata,
claro, de nuestra edad de oro, la de aquellos músicos, poetas y escritores que
retrataron una comunidad que recitaba, cantaba y bailaba su propia identidad
hecha canción. Pasaron ya muchos años pero cada vez que queremos recordar
quiénes somos y de qué somos capaces, ella nos está esperando como una
enamorada fidelísima.
Pero a los mitos no se los
recrea de cualquier manera, ni es posible recuperar sus fulgores bajo las
formas estandarizadas del “show b usiness”.
Se trata, por el contrario, de acceder a ellos por la “vía regia” de los ritos
que nos fueron legados: un sonido que conmueve a los corazones y que sugiere
una geografía conocida, una manera de acompasar ritmos y cuerpos, un modo de
mirar a quienes amamos, un estado del alma que acompaña las alegrías
compartidas y es solidaria con las inevitables desilusiones que nos da la vida.
Una forma de transitar las calles, un estilo de convivir en los patios, unas
ganas locas de que sean verdad aquellas pasiones que prometen consumirnos.
¿Es real que se puede
bailar todo esto? Si el rito actualiza el mito, como sucede en “Arrabal
Salvaje”, es posible que se nos vaya la vida detrás de esas muchachas en flor y
de esos jóvenes apuestos que dejan la piel en cada caricia y en cada despedida.
Además, y esto acaso sea todavía más difícil de explicar, estas historias de
parejas son seguidas de cerca por un coro (la comunidad misma) que jamás se
desentiende de la suerte de cada uno de sus miembros. No hay soledad, abandono
ni desamparado, aunque existan la pena y el adiós. Y desde esta orilla del
tiempo, el Cuarteto los acompaña y la voz del Tata los asiste y los ampara, o
los chancea y los empúa, pero siempre los cobija.
“Arrabal Salvaje” es una
cartografía de las pasiones argentinas, esas mismas que le han dicho que ya no
existen ni vale la pena hacer nada por recuperarlas. No les haga caso. Véalas,
están ahí, en un recodo de su espíritu criollo que todavía palpita cuando suena
un valsecito porteño y amoroso.
Carlos Semorile