Obra de Roberto Cedrón

Obra de Roberto Cedrón
Obra de Roberto Cedrón

jueves, 27 de enero de 2011

Palabras de Fernando Pérez, realizador

Le pedimos a Fernando Pérez que nos hablara un poco de cómo surgió la idea de hacer una película en torno a Tata Cedrón y el Cuarteto. Como muchos saben un avance de la película fue presentado el 18 de octubre en la casa del bicentenario junto con el libro Tango y Quimera. Todavía no sabemos exactamente cuando saldrá la películo "Tata Cedrón. El regreso de Juancito Caminador", Magma Cine.

Fernando Pérez: Yo conocí la música del Cuarteto en el año ´96 ó ´97. Trabajaba en una radio en Avellaneda (FM Quinquela) y el operador puso una canción. Antes de que empezara a sonar, vi la portada del CD y me llamó la atención (ahora no recuerdo qué disco era). Eso hizo que pusiera más atención en la canción, que me gustó mucho. En la radio se pasaba bastante tango y al escuchar al Cuarteto tuve la sensación de escuchar algo distinto.

El tango me gustaba, pero no lo tenía "sistematizado". Escuchaba las canciones, algunas me gustaban, otras no, pero no investigaba y, fuera de los "próceres", no conocía demasiado. Creo que esto es común en la gente de mi edad (34 años): crecimos más con el rock que con el tango. Si bien creo que el tango nunca dejó de estar presente, los discos que cambiábamos o que recomendábamos, generalmente eran de rock. No crecí con la familiaridad con el tango que hubo en otras épocas. Al que le gustaba el tango tenía que investigar.

En los años siguientes volví a escuchar al Cuarteto en distintas oportunidades, pero siempre de forma accidental. Sin embargo ya tenía incorporado algo, porque la música del Cuarteto y la voz del Tata sí la distinguía de la de otros. En el año 2006 un compañero del trabajo me pasó un CD con dos o tres discos del Cuarteto. Esa fue la primera vez que tuve un disco. Lo escuché bastante tiempo seguido, conocía las canciones, las cantaba.

En 2008, trabajando en la Secretaría de Cultura de la Nación me propusieron hacerle una entrevista al Tata. Entonces averigüé más cosas sobre él, sobre su vida y sobre el Cuarteto, que hasta ese momento desconocía. En esa investigación previa a la entrevista ya encontré cosas sobre su vida que me interesaron mucho y escuché más discos. Cuando hicimos la entrevista, estuvo muy buena. Me divertí mucho, hablamos de un montón de cosas. Pero sobre todo, me quedó sonando su voz varios días, el Tata tiene una manera de hablar (por los tonos, por la expresión, por las anécdotas) maravillosa.

Estuve varios días editando el material de la entrevista y de ahí surgió la idea de hacer un documental. Cuando nos volvimos a ver, le propuse hacer un docu. La idea que siempre tuve es hacer un retrato sobre él, una mirada personal sobre el Tata. Lógicamente, el Tata no sería el Tata sin el Cuarteto. Pero la película está centrada en el mundo del Tata y en las cosas que componen su mundo, que es un mundo abarrotado de música, de personajes, de historias... un mundo muy pero muy intenso, donde hay cosas hermosas y cosas muy tristes. Y esas cosas el Tata las vive (porque todas esas cosas están presentes todo el tiempo) con la misma intensidad que cuando ocurrieron.

Desde que la película empezó a tomar forma, la pregunta constante es desde dónde contarla. La verdad, hay muchas posibilidades diferentes, porque el mundo del Tata es inabarcable. Pero al mismo tiempo, al ser inabarcable te obliga a hacer un recorte y a afirmar un lugar propio, una mirada desde donde contar la historia. Esto lo hablamos bastante con el Tata. Estamos haciendo una película mía sobre él (no una película de él), donde hay una mirada personal sobre él. Esa mirada es diferente a la que él tiene sobre él mismo y esa diferencia genera una tensión y también una riqueza que sabemos llevar muy bien. En este sentido, creo que la película es un retrato.

Una de las consignas con las que trabajamos es plantearle al Tata una situación o un tema y después dejar que él tome el control. O sea, que él actúe de él. En estas situaciones es donde el Tata (en tanto personaje de un film) comienza a transitar (o no) varias de las preguntas que yo tengo, que yo me hago. Lógicamente no puedo formular explícitamente esas preguntas, si no, no tendría necesidad de hacer un film. Esas preguntas, o más precisamente, esas hipótesis, no tienen que ver sólo con el Tata, tienen que ver con otros misterios, como el regreso, la nostalgia, la identidad, la libertad o la muerte; misterios que están deambulando en el tango, en algunos poetas, en los viajes, en los exilios. Creo que todos esos misterios buscan una sonoridad para expresarse y a mi me gusta pensar que el Cuarteto pone esa música para que ese “otro mundo” deje algunas pistas en este.

Volviendo al tipo de film, trato de despegarme del documental informativo y trato de darle prioridad a la historia, a la intriga, a todos los elementos narrativos típicos de los films (de los films “no informativos”). No estoy contando la historia del Cuarteto ni la del Tata desde un punto de vista informativo, estoy contando una historia en sí misma (podría ser ficción o documental, en este punto es lo mismo). Una historia donde participan distintos personajes como son los hermanos Cedrón, Miguel Praino, Paco, Juan, Antonia, Raúl, Leopoldo, Juan Domingo, Roberto y un montón de otros personajes que aparecen en el film. Lógicamente se refiere a personas que son parte de su vida, pero en el momento de hacer el film ellos son personajes. Personajes mágicos a los que yo no quiero confrontarlos con “lo real”; para mí, en ese momento, son parte de un mundo mágico que compone el Tata y así quiero tomarlos. Porque el desafío, para mí, es subirme al mundo del Tata, y contarlo, no interrogarlo o contrastarlo para descubrir si es verídico o no.

Esta manera de plantear el documental la discutí varias veces con algunos colegas, y ciertamente genera mucha discusión. A veces me plantean que la estructura de la película, tal como la planteo yo, es de ficción y no de documental. Es una larga e interesante discusión...

jueves, 13 de enero de 2011

Para leer y escuchar

Para leer, además de "Cuarteto Cedrón. Tango y quimera" (ediciones Corregidor) se puede consultar la entrevista de Tata Cedrón ("El Quijote de la canción argentina" por Natalia Gelós) en la revista Boca de Sapo, una muy linda revista que sólo existe en internet. Cf. el número 8, http://www.bocadesapo.com.ar/index2.html

Para escuchar, además del Programa Eche Veinte, el CD doble Godino / Corazón de Piel Afuera, sin olvidar la reciente reedición de La Típica y de Arrabal Salvaje.

¿Que dónde se consigue?

Por ejemplo, en Zival's.

Ver también agenda más abajo para las próximas fechas que se aproximan

Sobre la verdulería - por Edgardo Lois

Una imagen para el año nuevo

Plin, caja, para el 2010, meta palo y a la bolsa es la consigna en esta, nuestra inevitable manera de reunir: historias, sensaciones, momentos para la memoria en donde con suerte se puede mezclar lo cotidiano con lo creativo, en donde con viento a favor se puede llegar a pronunciar la palabra amor. Me gusta la acción de “reunir” como deseo vital: mientras espero invitados, me reúno, mientras abro mi casa, recibo: lo hago durante el tensado de la maravillosa cuerda de la vida, en el mientras tanto de los días, durante el juego de ofrendar la presencia, y es en estos tantos paisajes donde transita el alma del quía que no sabe de pausas: el tiempo. Reunimos porque tenemos ganas, porque la jugada pinta placentera y entonces empujamos a ganador, es decir, vivimos escribiendo una poesía a través de los momentos atesorados: reuniditos ellos, cercanos entre pares: las señales felices que hacen la vida única, irrepetible, de una persona. Y a esta altura, por favor, a no asustarse, no todos los tiros del balero son ensarte y gloria, hay que estar preparados para los bochazos en la nariz y las cabriolas fallidas en el aire. Vamos a escribir la palabra alpiste más de una vez, y es saludable saber del aroma de la derrota, porque así es el juego, una de cal y una de arena, cara y cruz. Todas las historias transitan en el aire del tiempo, que abre y cierra años como si de pestañar se tratara: el tiempo calendario: el mejor amigo cuando las caricias ensobran el cuore, el muy turro cuando vestido con paño verde y carcajada nos invita a hacernos de la partida sabiendo de antemano que al señor Seguro, por lo menos, se lo llevaron preso. Fuera las predicciones de chinos, aztecas y arribistas de distinto pelaje, hay que vivir cada año a conciencia propia, hay que aferrarse y saber soltar, hay que saber que puede venir tanto el abrazo como la cachetada; hay que estar atento a la vida simple, porque en el no saber, en la no existencia de instructivo, se guarda el mejor de los gustitos.

Luego de servido el año, si están las ganas, habrá balance de los goles a favor y en contra. Los balances no me gustan, me alcanza saber que lo intenté una vez más y de la mejor manera que pude, en cambio me gusta aferrarme a algunas imágenes o momentos del año que se fue para enviarlos al futuro cercano, toques que a las claras me dijeron: che, qué bueno, esto es ganador: por eso el impulso de festejar este 2011 con una imagen/historia.

Hice click fotográfico o le di permiso a mi memoria filmadora en un mediodía de octubre. Lindo día, sol a gusto, sol respetuoso de las pobres criaturas cuando inicié camino en el barrio de Villa del Parque. Bajé del 84 y me mandé por Jonte, tranquilo, hasta llegar a la esquina con Cuenca. Un grupo de personas se reunía en el lugar: una verdulería, que de manera muy original se vestía de regalera. La sustanciosa mercadería ofrecida al público se iba acomodando sobre la vereda. El público interesado se nutría de todas las edades: aguardaba, espiaba, no había lugar para ansiosos, era lindo estar, ver, enterarse de cómo es el mundo antes de un gran acto de magia. Los mayores encontraron una silla bajo el toldo metálico de la verdulería, los chicos corrían entre los obstáculos vivientes de la vereda. Pegada al cordón, la camioneta medio destartalada del verdulero hacía las veces de palco vip para los bajitos que de a poco iban dejando la carrera y las risas. Los usuarios del transporte público de pasajeros, sí, los bondis, miraban sorprendidos hacia la verdulería, ¿qué es lo que está sucediendo bajo el alero de la pulpería?, puede haberse preguntado alguno de ellos, y por suerte ninguno de los bondineros, que solo apuntaban a pasar despacito para tratar de llevarse alguna foto de la rareza para comentar entre compañeros.

Llegué justo en el filo de la parrilla, un poco después del mediodía, y pude atrapar el último ejemplar de un verdadero choripán y uno de los últimos vasos de tinto. Quise pagar, y en ese instante supe que acababa de bajarme de un plato volador: en esta fiesta no había moneda, solo trueque: vos me das tu compañía, yo te doy mi arte, mis ganas, y los dos, vos y yo, nosotros, ¿entendés?, nos regalamos esta esquina, y en ella nos encontramos entre las emociones y las memorias. Este cronista asegura que esa imagen de comienzo hablaba clarito: Vos y yo hacemos el barrio, tan en libertad, tan hermanados, tan cerca, unidos en las miradas, en las palabras, en el sentimiento casi olvidado de volver a encontrarnos en la calle, en la esquina, ya sé que me repito: en el barrio, en esta verdulería que hoy no vende, regala, porque mientras es fiesta y sonrisa se brinda respiro a la memoria.

Mi plato volador había quedado sobre Nazca, había caminado unas pocas cuadras: y terminé parado muy cerca de uno de los regaleros. Con voz firme pregunté: Señor, ¿me vende un kilo de papas? No, ahora no podemos, contestó el Tata Cedrón mientras terminaba de sacarle la funda a su guitarra. Lo propio hacía Miguel Praino con su viola y Miguel López con su bandoneón. El Tata acomodó dos cajones de madera, en uno se sentó, y el otro la jugó de atril. Abrió entonces este concierto callejero el Cuarteto Cedrón (momentáneamente devenido en trío) ante las personas del barrio que se habían enterado por el boca a boca de la movida esquinera. Pero no fueron los únicos de la partida, a ellos se sumó Horacio Presti, viejo colaborador del Cuarteto de los años en Francia y hoy vecino de la verdulería; Gustavo Nasuti en guitarra; Aldo Capece y su armónica; Ángel López, voz y guitarra, según el Tata: el tapado del barrio, que se llevó muchos aplausos; y la cantante Karina Beorlegui, que no tuvo problemas al bajar del escenario y caminar por la vereda. Presti es vecino y es esta misma condición la que llevó al Tata a emprenderla con la guitarreada. Cedrón buscaba nuevo refugio en Buenos Aires, dejaba Boedo, y andaba de caminata por Villa del Parque; así la vida simple de los hombres simples, hasta que escuchó que lo saludaban, ¡Chau, Tata!, era el verdulero: José Ottati. Conocía al Tata de un programa de radio donde él trabajaba y en el que alguna vez habían entrevistado al cantor. Cedrón terminó viviendo a tres cuadras de la verdulería y pasó a ser cliente de Ottati. El Tata recuerda: Empecé a ir a tomar mate, a discutir con la gente, a decirle piropos a las chicas. Así hasta que el 9 de julio de 2008 el verdulero lo invitó a comer un choripán en la vereda con unos amigos; Cedrón dijo: Llevo la viola y cantamos unos tanguitos. Ese fue el principio.

A propósito de su actividad en la verdulería entrevisté al Tata Cedrón para el diario Tiempo Argentino; el cantor definía en la nota una expresión de deseo: No hacemos publicidad, queremos que la gente sea la que descubra que hay otra gente haciendo música, y que se permita sentarse a escuchar al músico o un disco, a leer un libro. Tenemos la amistad, el barrio, la gente se prende.

Guardo mi postal, mi corto, mi foto; guardo la música en la calle, guardo la canción popular, guardo la felicidad de la gente. Una y otra vez vuelvo en el recuerdo: veo al Tata, feliz él, cantando y contando historias, pequeños secretos de sus canciones, alguna anécdota referida a amigos escritores, músicos, a los buenos años del pasado donde la necesidad solidaria, la necesidad de una sociedad más justa, convocó a mucha gente de los barrios a intentar construir otra historia.

Después del recital en la verdulería los músicos se mezclaron con la gente, fue el tiempo de la charla amiga. Los cajones de verduras, los repollos, las frutas, se guardaron en la esquina, los instrumentos en sus estuches, y el recuerdo quedó libre para habitar las patrias internas de los presentes. En la verdulería se escribe hoy una parte importante de la memoria, una historia de letra chica de un tenor fundamental debido a la dimensión del convite: a estar, a ser parte, a enterarse, a discutir, a cruzar ideas con el vecino: una manera de enterarse de que no todo viene envasado, de que no todo se vende, en definitiva, de que no todo es alimento balanceado para pollos.

Mi verdulería se inició en 2010, pero la susodicha ya tenía su historia: un par de años como marca en el barrio, la música en la calle, la cultura ubicada donde tiene que estar: en el afuera, para todo aquel que guste servirse.

Esta es mi imagen/historia que quiero enviar a mi futuro inmediato, músicos en una verdulería. La esquina de Jonte y Cuenca por suerte queda bastante alejada de esa extraña manera con que el poder, muchas veces, intenta establecer la cultura sobre la vereda, y es en la acción mal entendida de reunir donde hace agua y termina montando la “gran” cultura de los escenarios gigantes, paisajes que curiosamente terminan alejando desde cerca, paisajes donde terminan medrando personajes con bolsillos de payaso a la hora de contar la moneda de las conveniencias. ¿Dónde queda la cultura en la calle?, en mi 2010, en la verdulería, y también ahí la quiero en el 2011, cerquita, acá nomás, entre la guitarra del Tata Cedrón y los cajones de José Ottati.

Edgardo Lois / Enero 2011