Nos permitimos publicar un texto de Daniel Goñi relacionado con el Puchero del sábado pasado; el primero de este ciclo de abril y mayo 2016. Acá algunas razones para no perdérselo.
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El espíritu de fonda o de bodegón con amigos y compañeros entrañables
es una linda figura para un momento de reflujo político como el que
estamos viviendo desde hace unos meses en la Argentina. Un lugar en el
que resistir este nuevo intento de los sectores concentrados de
avasallar los derechos legítimos de los trabajadores y el pueblo en
general. Me refiero a ese que puede albergar los deseos y energías del
subsuelo, ya no tan subsuelo, sus sueños y deseos, hoy arrasados por la
impericia y la arrogancia de una banda de empresarios y proxenetas del
poder vueltos gobierno.
El espectáculo del Tata Cedrón y su banda
en el Teatro El Popular (La Musaranga-El Puchero Misterioso) se me
configura como un evento en los márgenes del mainstream idiotizante de
horario completo que los medios propalan sin cesar. En el tienen lugar
no sólo la música, la poesía y la inspiración sino que la emoción
genuina, esa gran expulsada del campo de las multinacionales del
entretenimiento, se apersona como en un recreo de niños pero sin
abandonar en ningún momento su munición político-ideológico-cultural. Es
que el Tata jamás necesitó del panfleto para marcar su territorio, el
escenario, en el que, guitarra en mano, deja florecer siempre su perfil
entusiasta y amigo de los imposibles, como descansar en la convicción de
que el futuro, como otras cosas de orden cotidiano, se halla en gran
parte en nuestras manos.
Entonces, más allá de la belleza y la
profundidad muy sensibles de los tributos a Nelly Omar, Ignacio Corsini,
Roberto Arlt o González Tuñón; a las sentidas palabras entre
separadores, a la idea de recordar y dejar sentado que la música se
aloja básicamente en el pecho de los artistas, no podía dejar de
intentar esta breve semblanza sin declarar lo que más me impacta de la
actitud del Tata. Una aparente recurrencia a un pasado de melancolía y
bohemia que, como un relámpago, cobra tanta vitalidad y presente en el
groove del Cuarteto hasta dejarnos cara a cara ante las propias
carencias y potencialidades. Como un amable llamador a la puerta de cada
quien. Sin olvidar la “compañía nacional de autómatas”, ese colectivo
de títeres, marionetas y demás artefactos construidos con materiales
reciclables que están en perfecta vena y concordancia con la propuesta
cedroniana.
De ahí la insistencia en remarcar las aristas y la sustancia
de este espectáculo que circula casi en las antípodas de la actual
vorágine consumista de símbolos, estereotipos y engendros en
circulación, generadores y sostenedores de un sentido común al servicio
de la anomia y de la depredación social. Una suerte de vanguardia de la
ternura en su expresión más dulce, de esas que se tornan espinosas y
distantes a la percepción de los imbéciles.
Daniel Goñi