Obra de Roberto Cedrón

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martes, 1 de julio de 2014

"De estar ahí..." - Miguel Praino

Algunos tuvimos la suerte de recibir una carta esta mañana temprano. Nos pareció que esa suerte había que compartirla y por eso publicamos acá el texto que mandó "El profesor" desde París. Creo que es para todos los que nombra y para los que no nombra también porque los pensó.
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Miguel Praino (fotografía: Azul Cedrón)

Hola, buen día:

Ya hace tres horas que me levanté, aquí es verano y "ya el sol viene asomando". Ustedes están al comienzo del invierno y en el medio del sueño de la noche... Cosas de las diferencias continentales y horarias. Encima, nosotros los jovatos dormimos poco... La cuestión es que a esta hora, "de madrugada", "cuando despunta el día", "cuando se muere la noche", la neurona funciona a full –mate mediante– lo cual es bueno para todo. Se piensa, se reflexiona, se capta, se asocia mejor. Las ideas fluyen más fácilmente, el silencio y lo que lo puebla se escucha con mucha claridad. Pero no distrae. Son murmullos. Acompañan. Hoy, porque es según, la neurona estaba musical. Recordé mañanas de invierno con mi viejo yendo a Villa de Mayo –que era entonces el campo– donde vivía mi abuelo Federico. Desde mi barrio de Flores hasta Saavedra, en el colectivo 34, y allí, en la estación Aristóbulo del Valle, el tren, el Belgrano de color clarito y trocha angosta, diésel en esos tiempos (1948 o 49). Pero antes tomábamos el desayuno en un cafetín de la avenida Maipú, después del puente de la General Paz, que recién levantaba la persiana, y mientras llegaba el café y las medialunas tibias, mi viejo me daba unas monedas y me decía "poné algo". En el aparato, una máquina enorme, hollywoodiana, con luces y colores, había jazz –Benny Goodman, Amstrong, Glenn Miller–, "tropical" (Varela-Varelita, sí, sí..). Pero había por lo menos a igualdad de músicas de otros lares, las de nuestro país y de Latinoamérica. Gardel, Alberto Castillo, D'Arienzo, Antonio Tormo, Hermanos Abalos, junto a Samuel Aguayo, Ortíz Tirado, Jorge Negrete, Lucho Gatica... Y yo ponía algún estilo, por Gardel,

El sonido de la máquina de café, algún carro que pasaba, el "buen día" de alguien que entraba, un ladrido lejano, el día que se levantaba con su levedad. Y la voz y las guitarras de Gardel apoyadas encima de todos esos murmullos, justito debajo del cielo.

En realidad, todo este monólogo es porque a esta hora me gusta hacer esto que estoy haciendo, es como hacer lo que uno no se anima, pero a esta hora sí porque no lo ve nadie. Y es también un buen pretexto para regalar una canción. La canción es un regalo implícito. El hecho de que alguien haga una canción es ya un regalo en sí. Además uno puede ofrecerla, aunque no la haya hecho. Uno puede regalarle una canción a los demás sin decirlo, sin que sepan que le están haciendo un regalo. Lo notable es que en esos casos, muchas veces pasa que el que la escucha siente que le hicieron un regalo. Este asunto lo descubrí un día, hace años, en el subte. Subió un joven, groncho y brasileño él. Dijo "bonjour", y guitarra en mano, se puso a cantar una hermosa canción. Yo no la conocía, nunca la volví a escuchar, no sé si era de él o de otro. Además era en portugués, es decir que no supe bien de qué hablaba. Pero era una bella canción. Y más, muy bella. Yo sé cuando una canción es buena. Hace más de 50 años que estoy al lado de un tipo que hace más de 50 años que no para de hacer canciones. La cuestión es que sentí que me estaban haciendo un regalo.

Esto que escribo viene a cuento porque existe "La Gloriosa Musaranga", que dicho así es, con perdón, respeto y amor, como decir "La Gloriosa Academia". Toda la gente que conozco y a la que les dije de venir a ver las funciones del "Puchero Misterioso" me dijeron, primero el asombro: no se esperaban que les pasara de sentir lo que sintieron. Y es gente salidora, van a ver de todo. Creen que no saben porqué los tocó como dicen que los tocó. Pero algunos declaran "sentí que se ocuparon de mi"; otros, "me mimaron"; y otros más, "sentí la emoción de tener amparo". ¡Ufff!...

Por eso, hay quien dice que "se escribe" –y yo agrego "y/o se hace "– lo que te pasó en la infancia. Y sí, si te acariciaron la cabeza (¿el alma?) cuando eras chico, es una cosa. Y otra es si no te la acariciaron. Pero bueno, te puede pasar de grande y lo que es más importante, podés vos acariciarle la cabeza a otro ser. Tenés mirada, canciones, versitos, y supongo que ganas.

Bueno, la corto porque siento que me estoy metiendo en un terreno que lo labora con infinita y justa sabiduría y no igualable ternura el Horoscopero Etéreo Criollo (le agregaría Nacional y Popular, pero eso es cosa personal), Don Tiburcio Porvenir.

Espero sientan estas líneas como un abrazo, el de los miércoles, a todos los compañeros músicos, musarangueros, marionetistas, costureras, y otros artistas o no, afines, en este caso, imprescindibles.

No se olviden del vino. De beberlo, quiero decir.

Miguel Praino

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