-Nunca jamás se
abandona
lo que llorando se deja...
Trata de seguir escuchando, pero el viento de Flores
lleva la voz hacia otra parte.
Castagnino olvida la frase, pero lleva siempre
consigo la impresión de que no existe otra mejor en el mundo.
A lo largo de los años vuelve a oírla algunas veces,
pero nunca sospecha que se trata del mismo estilo de la calle oscura”.
Esto lo cuenta Dolina en El estilo a través de la ventana, y pienso si a quienes fuimos
testigos de “El Puchero Misterioso… y después” no nos va a pasar lo que al
insigne músico de Flores: andaremos por la vida sabiendo que no existe otro
espectáculo como éste. Si no tendremos la sensación de que un día, al pasar por
una ventana, escuchamos cómo el Tata le decía a Nelly Omar: “Qué lindo cantás,
Nelly! Qué suave tu voz, y qué claridad para articular las palabras! Gracias,
Nelly, es muy hermoso lo que hacés!”
Y pienso si haber oído esos versos –“Me abandonaste llorando, en medio de mi
camino”- nos inocula el olvido, como insinúa Dolina, o si por el contrario
nos deja a la espera de su prodigiosa reiteración: “Y que mi vida se encuentra con tu vida, y que estamos los dos un poco
tristes”. ¿Cuándo la escuchamos más plena? ¿Esta última vez, la anterior, o
la que viene? ¿Y Los ladrones? Miente
el que diga que no lo vio a González Tuñón una mañana en la redacción del viejo
Clarín en estado de gracia y
diciendo: “Si estuviera el Malevo Muñoz!”
¿Seremos capaces de sospechar todo lo que pasó ante
nuestros ojos en la penumbra de un circo pobre? El “Jaimaca Marú”, la preciosa
equilibrista de piernas largas como juncos, el amoroso y delicado
“Mantenimiento”, las “voces”, el músico de la cadera descoyuntada, los hermanos
del Tata en Camet, Blomberg rajándose en un buque noruego, haciéndole el filo a
la emperatriz de la China, y encontrando y perdiendo un pedazo de Irlanda entre
los tugurios del Bajo y las tenebrosas y siniestras nochecitas del Dock Sud.
¿Y “el después”? Las bellas melodías de Frascoli, la
dulzura y la bondad de Romina, los tangos reos de Marcelo, las avivadas de
Julio César. ¿Forman parte de aquel “del mismo estilo de la calle oscura”? La
sonrisa de Josefina dibujada en su chelo, el bandoneón sublime de López, la conmovedora
fraternidad de Praino y el Tata que se percibe en cada mirada, cada arranque y
cada cierre, como si se dijeran: “Lo hicimos! Una vez más, lo hicimos!”
¿Y nosotros, el público? Bueno, nos despedimos hasta
el próximo Puchero entre abrazos de amigos y de ocasionales compañeros de mesa.
Puede que nos agarre un cacho de nostalgia. Pero nada de todo esto nos será
ajeno mientras sepamos que “Nunca jamás
se abandona lo que llorando se deja”.
Carlos Semorile
No hay comentarios:
Publicar un comentario