Compartimos una reflexión de Carlos Semorile, observador atento de cuanto ocurre en este mundo. Reflexión que no es ajena a las preocupaciones de muchos amigos cedronianos y hasta cedronistas, que no es lo mismo, pero es (casi) igual. LP
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Parafraseando a Charles Darwin, así se
llama un muy buen programa de Canal Encuentro que conduce el músico Juan
Quintero. “Las especies”, en este caso,
son los diferentes ritmos folklóricos que se fueron consolidando en las
distintas regiones del país argentino. El modo sereno y cálido de Juan Quintero
parece prolongarse en los testimonios recogidos y en el tono general del
programa que avanza didácticamente, a la par que documenta toda nuestra
diversidad musical. Y son los propios músicos, cuando no los investigadores y
académicos, quienes desentrañan cuestiones tales como la antigüedad de un
cierto estilo musical, su llegada y/o su surgimiento en determinada comarca,
sus influencias, sus derivaciones, sus principales cultores o los pioneros en
darle una forma más acabada, los temas que aborda, e inclusive otras
expresiones conexas como pueden ser los bailes o las festividades que están
asociadas a él.
Da gusto instruirse de esta manera,
escuchando a los que saben, polemizando acaso con afirmaciones que uno no
comparte, o no le terminan de “cerrar”, pero reflexionando siempre y siempre
pensando con otros, junto a otros. Asimismo, y este no es un dato menor, está
el placer de la música, o de “las músicas”, para mejor decir. Los cantores, los
guitarreros, suenan como suenan los músicos de los patios de pueblos nuestros
y, entonces, unos nos gustarán más que otros, pero en líneas generales estamos
a salvo de estridencias y de desvíos. ¿Qué quiero decir? Simplemente, que la
tonada suena a tonada, la zamba suena a zamba, y la milonga a milonga, y que
eso se agradece casi tanto como el buen nivel de los intérpretes.
Sin embargo, el final del programa se
propone presentar a algunos nuevos cultores del género en cuestión y allí.
¡ay!, es donde sentimos que pasamos del “origen de la especies” al “ocaso de
las especies”. Lamentablemente, al menos en los envíos que hemos tenido ocasión
de ver, el chamamé del final -por ejemplo- se parece poco y nada a los chamamés
que nos enamoraron durante el transcurso del programa. Se habla, asertivamente,
de la renovación y la experimentación de los géneros en manos de jóvenes músicos,
pero parece existir un quiebre entre aquellos que cantaron antes y estos que
cantan ahora. No podríamos afirmar si el problema reside en los tramos etarios
–o en alguna otra variable que se nos escapa- de quienes abordan las especies
de modos tan diversos, pero lo cierto es que esa música que acompaña los
títulos del cierre ya no remite al río, ni al monte ni al pájaro, ni mucho
menos al hombre. En algún recodo del camino se ha perdido una parte de nuestra
identidad. Y es una pena que “El origen de las especies” se torne irreflexivo
allí donde es más necesario un pensamiento sobre la “selección natural” a cargo
del dios “Mercado”.
Carlos Semorile
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