Cada vez que el Tata recapitula los pasos que lo llevaron desde La Boca a los escenarios, no deja de agradecer a todos aquellos que le enseñaron a leer el mundo, y a seguir aprendiendo con cada mirada.
Es un reconocimiento transido de bonhomía, que Juan
desparrama al rescoldo de una memoria que trae al presente a unas cuantas
figuras valiosas de la cultura popular. Una gratitud que casi se puede palpar.
Se trata de una emoción que entibia a la sala y a
los espectadores, pero que nunca está muy lejos de un humor que enfatiza el
lado humano de las personas, su fragilidad adorable, su lucidez querible.
Hay mucho de generosidad en esas remembranzas,
porque es un cariño envolvente que nos alcanza a los que fueron, a los que
somos y a quienes serán, y nos permite coexistir en un instante dichoso y
pleno.
¿De qué otra manera sentirnos cerca de aquellos que
escribieron, pintaron, pensaron, y dejaron su huella en el tiempo? Desde luego,
hay muchos modos, pero el Tata ensaya una pedagogía de la ternura.
Y consigue una cercanía que conmueve porque sus
palabras -una oralidad que parece venirle de los viejos fogones- van retratando
unos personajes que si él mismo se oyera, diría: “Extraordinario!!!”.
Que es palabra cedroniana, pero no sólo porque el
Tata suele usarla, sino porque todo lo que el Cuarteto toca, la poesía que se
mece en sus melodías, y lo que ellas iluminan, nos dejan al borde lo
extraordinario.
Por ello no es extraño que la gente le responda de
igual modo y que, para celebrar su cumpleaños, muchos hayamos buscado el modo
de parecernos a los famosos ladrones del exquisito poema de Tuñón.
Camisetas a rayas, boinas de todo tipo, un antifaz,
canarios que no llegaron a la cita, un brazalete con el nombre de Rosita, y
unas ganas bárbaras de celebrar tanta música, tanto amor, y tanta vida.
Puede que, como dijera Raúl González Tuñón, para
escribir letras de tangos sea necesario haber nacido con ese don. De ser así,
el Tata nació con la prodigiosa capacidad de ponerle música al formidable hecho
de estar vivos, porque para ser poeta hay que serlo en la obra y en la vida.
Carlos Semorile
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