La noche de los cuentos
(En un disco del Cuarteto se puede empezar a escribir entre paréntesis. Porque en un disco del Cuarteto la gente se toma ciertas libertades; porque en un disco del Cuarteto caben muchas cosas, y sobre todo porque empiezo con una digresión útil. La que se sirve de nombrar a Piazzolla para intentar definir el lugar histórico que la obra del Cuarteto Cedrón ocupa en la música argentina –rara vez juntos en la misma frase, dos contemporáneos que no fueron amigos, aunque consta que el bandoneonista actuó en el bar-teatro que el cantor fundó en los 60, donde por lo visto también cabían muchas cosas-.
La referencia es útil porque tal vez sean los dos únicos músicos compositores que consiguieron atravesar o mejor dicho trazar, imaginar, soñar, sendos puentes con un punto de partida en la mítica historia ya pasada del tango para llegar con el otro extremo –indemnes, sin proponérselo y cada uno con su propia luz- hasta el mundo de hoy, enteramente otro mundo. Cada uno de ellos gracias a una obra personalísima, enorme aunque no en el sentido de cantidad; y también por haberla pergeñado “con tango”, y sin él, las dos cosas al mismo tiempo, más muchas otras.
Mientras que el bandoneonista construyó una única catedral, monolítica, con infinitas y diferentes piezas de un mismo material precioso y una más que justificada ambición de altísimas alturas; el cantor, en cambio, –con una obsesión harto diferente- se dejó atraer por un laberinto, y al recorrerlo –con los ojos vendados, es la única manera- fue cifrando el mapa siempre móvil, riesgoso y apasionante que abarca, reúne y trafica entre los universos reales y los de la ficción. La materia de su obra es entonces, inevitablemente, el misterio; y el resultado no es una arquitectura sino un viaje y un ritual, un sinnúmero de relatos: de sentidos superpuestos, elusivos o directos, a veces esfumados y otras ardientes como en carne viva. Y de eso en realidad quería hablar, así que aquí se cierra el paréntesis –trámite cumplido-, que la rara y a la vez obvia comparación tiene tanta tela para cortar que abarcaría varios volúmenes). Vamos entonces, ahora sí, a la noche de los cuentos.
En este doble álbum: la respiración que se corta al encontrar que –en el disco dedicado a Bustos- unos pocos poemas suavemente enlazan la ternura, la inocencia, la belleza abismal de un niño pequeño, la tristeza sin fin de la orfandad, la sola soledad más fría y a su lado el amor intenso, tibio como un sol. La señorita embalsamada que consigue ser pura belleza y resulta capaz de enamorar al que se pinte; la canción de cuna para un asesino serial finalmente asesinado; las muchas caras de la utopía de San Jamás; las heridas, dulzores e ilusiones del amor –realidad y ficción?-; los retratos increíbles del flautista prodigioso y del poeta con muchos rostros –de generoso a canalla, por incurrir en la simplificación, religión que no se profesa en el Cuarteto-. ¿En qué año se sitúa la acción cuando el Tata canta hoy las penas del protagonista de un estilo que suena como hace cien años?. Lo único ilimitado que tenemos es la imaginación.
Y otras historias: las de la memoria y las del soliloquio –siempre tan creativas!-; todos relatos que son uno con la voz que los inventa o recuerda, esa voz ampliada del Tata que es la del Cuarteto, voz que es melodía y puesta en escena para un acto único, irrepetible, múltiple, donde el actor nos hace creer que es un hombre real… o un hombre que ríe o sufre su canción nos hace creer que es un simple actor, mientras lo único verdadero es la voz, verdadera en su pura ilusión y su sentir, en el instante hipnótico del cuento: mil y una noches de tejer y destejer el mundo, como quien arma y desarma un corazón vivo y palpitante arriba del tinglado, ante la vista de unos cuantos que –a sólo veinte centavos- por un momento se olvidan del tiempo para escuchar por primera y última vez a las sirenas: en el laberinto de los mares y en el de los planetas. Destello fugaz de las almas descubiertas… las ves y no las ves; son y no son. ¿Qué? Todo. Todo cabe en esta caja de ilusionista; todo menos la canción. Porque esa nunca deja de latir. En serio y en broma.
Siempre es difícil escribir sobre la música y el arte, intentar explicar lo inexplicable, Sin embargo estas letras de Guillermo Pintos son parte de la explicación (me gustó la imagen de un viajero con los ojos vendados, pero bueno, es para devolver los paréntesis). Muchas gracias por compartir este sobre...
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