Uno de los problemas de las plataformas que se utilizan en
estos días para poder verse a pesar de todo es que, en regla general, no
toleran la simultaneidad. Si dos o más hablan al mismo tiempo, no se entiende
nada. Eso es siempre así, pero la virtualidad lo pone en evidencia, pone el
foco ahí, lo vuelve más notorio. Es preciso hablar de a uno. Pero sobre todo,
es preciso escuchar. Al otro. Apagar el micrófono. Abrir los oídos.
Ahora que nos encontramos encerrados, cada cual en su lugar,
el lugar que le tocó, y a sabiendas de que cada uno de esos lugares es un
mundo, con sus riquezas y sus miserias, cada cual las suyas, la escucha es
otra. No necesariamente mejor. No siempre mejor. Algunas veces mejor.
De pronto, tal palabra, tal cantidad de palabras ubicadas en
el orden preciso (por ejemplo, “siempre te quise”) toman una importancia
extraordinaria. Lo mismo una hoja que cae en la proximidad de un arroyo en Cura
Malal. Ese sonido tan particular de la hoja que cae y que el viento arrastra…
El tema de la escucha se impone con fuerza en estos días. En
lo personal, me reencuentro con él, en el marco de la preparación de un libro
que lo tiene a Juan Cedrón de principal interlocutor. Un libro de
conversaciones que se viene demorando y que se demorará bastante más. Sin
embargo, para no caer en egoísmos, pensando en el prójimo que a lo mejor está
necesitado, se me ocurre que bien puedo compartir esta reflexión de Tata a modo
de adelanto de un libro que quizás jamás exista como tal, o sí, o da lo
mismo.
Lo que vale es esto:
“Antes uno se sentaba a escuchar. Un
tema. Dos. Nosotros teníamos discos, nos sentábamos a escuchar. Podía ser algo
colectivo. Como cuando vivía en La Boca. Había un interés. Tiene que ver con
todo lo que venimos hablando. De la misma manera que uno podía escuchar un
cuento (como el cuento de Piglia que, según él, fue su mejor cuento y que leyó
ahí, en La Boca), uno también podía escuchar música con la misma atención todo
tipo de música. Entre nosotros había un interés. Una reciprocidad. Prestábamos
atención a lo que hacía el otro, fuera una pintura, un cuento, una música, una
película. No había esa saturación que hay ahora. Sin pensar en los conciertos,
esto se nota en cualquier conversación. Hoy me pasó hablando con un conocido,
no terminás de contar algo, que el otro ya te quiere contar él…. Yo le dije: cuando
hago una pausa, contá hasta tres… porque a lo mejor no terminé… solo estoy
tomando aire… La gente muchas veces no escucha, no hay intercambio. No es que
toma en cuenta algo que vos le estás diciendo para pensar. No. Te quiere decir
otra cosa.
Luego está el tema del ruido. La
saturación sonora. La ciudad antes sonaba diferente, sin coches, con menos
coches, por ejemplo. No se trata solamente de música. Que no se pueda estar en
un bar, que todos griten como locos. La TV, la música de fondo. ¿Qué pasa
cuando vamos a algunos bares? No vamos más porque ponen la música a todo lo que
da. En “Los Colores”, pasaba lo mimo, en París, hace más de veinte años. No escuchan. Hay una generalización de
“no escuchar” en muchas cosas.
Luego, respecto al público. El público
siempre fue atento, siempre estuvo atento hasta donde yo recuerdo, en las
exposiciones, en las universidades, en Gotán. Una vez pasó en “El Bulín
Mistongo”, un tipo hablaba, yo le dije: “Mira, acá no. Se viene a escuchar. La
gente que viene acá viene a escuchar”. Y se tuvo que ir la persona (…).
Una cosa es la escucha en tu casa, otra
cosa es que el tipo viene a los recitales... Lo que vos decís de los que graban
y filman, es verdad, pero hace cuatro o cinco años que empezó eso. De alguna
manera nosotros hacemos barrera a eso.
Después hay una escucha interesante
que es la escucha entre nosotros, los músicos. Cuando ensayamos. Nosotros nos
escuchamos entre nosotros. Yo toco y estoy escuchando lo que hace Miguel
Praino, lo que hace Miguel López, lo que hace Julito Coviello, Dani, Josefina. Yo
escucho y me gusta lo que están haciendo. Eso es muy importante. Cuando un tipo
hace un piano vos haces más piano… para que se escuche ese piano. Es importante lo de la escucha
del Cuarteto, entre nosotros. La escucha de sutilezas, de matices de los
instrumentistas. Hay momentos. No es todo el tiempo. Hay momentos en el
transcurso de una canción en el cual los músicos se escuchan. Escuchan al otro.
Cuando están todos tocando polenta tocan polenta. Se escuchan polenta todos. Pero
cuando vienen los matices, cosas intimas, ahí hay una posibilidad de escuchar
al otro”.
Así hablaba el otro día el Tata Cedrón.
AGC