Foto: Ale Jueguen - Teatro Roma 6 de sept. 2024 |
Si les digo que anoche en el Teatro Roma de Avellaneda sucedió un encuentro de proporciones míticas no me lo van a creer, pero si les cuento que bajo el humilde título de “Una juntada” en el escenario estuvieron cantando el Tata Cedrón –acompañado por Daniel Frascoli- y Mauricio Kartun contando y leyendo historias, tal vez digan “epa”. Y si preguntan cómo estuvo, respondería con el credo tiffosi del cementerio de Nápoles después del primer scudetto con Diego: “No saben lo que se perdieron”.
De entrada nomás, Kartun ubicó el aglutine en el terreno del rito, que es la manera que tenemos de actualizar los mitos, y porque ello explica mejor el carácter extravagante de su yunta con el Tata, más parecido a una fiesta que a un solemne pasatiempo auto-celebratorio. También explicitó que nos reuníamos bajo el sortilegio de los dos únicos materiales que los humanos creamos –y seguimos forjando- para vencer al tiempo y a su socia la muerte: la música y la elocuencia de las palabras.
Por ahí anduvo la cosa, contrapunteando recuerdos y relatos de uno con canciones y memorias del otro, intercambio amoroso que me recordó la canción de Peninha: “Quando a gente gosta, é claro que a gente cuida”. Cómo no se van a cuidar -y a cuidarnos a quienes fuimos a verlos- si se admiran el uno al otro y llevan queriéndose una punta de años. “Querer” debiera ser sinónimo de la palabra cultura, por aquello de que sólo se ama lo que se conoce, pero también por su etimología: pedir, necesitar.
Lo que le pedimos a nuestros artistas es aquello que, sabiéndolo o no, necesitamos: que nos sumerjan en el caudaloso río de las palabras y las melodías que están ahí, al alcance de cualquiera, pero que a la vez están escamoteadas en el torbellino de los trabajos y los días, hasta que alguien pone un cassette en un Citroen rutero al costado de la vieja Panamericana y escucha aquello de que “Estamos en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven”, y se rescata para la vida.
Que es lo mismo que rescatarse para los otros, en principio para la compañera y los hijos, pero enseguida para muchísimos más: alumnos, espectadores, lectores, oyentes, o esa mezcla de tribus dispersas que vuelven a juntarse como en un fogón que, bajo la cúpula del Roma de Avellaneda, escuchan extasiadas el relato de Julio Cortázar contando cómo transcurrían las juntadas de los Cedrón en el derpa del Tata en París. ¡¡¡Qué bien lo leyó Kartun, y que merecido se lo tiene el Tata!!!
Como ninguno de los dos es mezquino, hubo tanto momentos bellos como chacoteros y risueños, tiernos y soberbios, íntimos y celebratorios. Porque celebramos el pertenecer a una esquina del mundo con mitos como para hacer dulce y, como ya se acerca el final, el Tata canta “Lejana tierra mía”, y uno vuelve a sentir el embrujo de la melodiosa elocuencia.
Carlos Semorile