Obra de Roberto Cedrón

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Obra de Roberto Cedrón

lunes, 13 de junio de 2016

"Lo que llorando se deja..."

     “Ives Castagnino, el músico, pasea por una calle oscura. Al pasar frente a una ventana oye que alguien canta un estilo:
-Nunca jamás se abandona
 lo que llorando se deja...
Trata de seguir escuchando, pero el viento de Flores lleva la voz hacia otra parte.
Castagnino olvida la frase, pero lleva siempre consigo la impresión de que no existe otra mejor en el mundo.
A lo largo de los años vuelve a oírla algunas veces, pero nunca sospecha que se trata del mismo estilo de la calle oscura”.

Esto lo cuenta Dolina en El estilo a través de la ventana, y pienso si a quienes fuimos testigos de “El Puchero Misterioso… y después” no nos va a pasar lo que al insigne músico de Flores: andaremos por la vida sabiendo que no existe otro espectáculo como éste. Si no tendremos la sensación de que un día, al pasar por una ventana, escuchamos cómo el Tata le decía a Nelly Omar: “Qué lindo cantás, Nelly! Qué suave tu voz, y qué claridad para articular las palabras! Gracias, Nelly, es muy hermoso lo que hacés!”

Y pienso si haber oído esos versos –“Me abandonaste llorando, en medio de mi camino”- nos inocula el olvido, como insinúa Dolina, o si por el contrario nos deja a la espera de su prodigiosa reiteración: “Y que mi vida se encuentra con tu vida, y que estamos los dos un poco tristes”. ¿Cuándo la escuchamos más plena? ¿Esta última vez, la anterior, o la que viene? ¿Y Los ladrones? Miente el que diga que no lo vio a González Tuñón una mañana en la redacción del viejo Clarín en estado de gracia y diciendo: “Si estuviera el Malevo Muñoz!”

¿Seremos capaces de sospechar todo lo que pasó ante nuestros ojos en la penumbra de un circo pobre? El “Jaimaca Marú”, la preciosa equilibrista de piernas largas como juncos, el amoroso y delicado “Mantenimiento”, las “voces”, el músico de la cadera descoyuntada, los hermanos del Tata en Camet, Blomberg rajándose en un buque noruego, haciéndole el filo a la emperatriz de la China, y encontrando y perdiendo un pedazo de Irlanda entre los tugurios del Bajo y las tenebrosas y siniestras nochecitas del Dock Sud.

¿Y “el después”? Las bellas melodías de Frascoli, la dulzura y la bondad de Romina, los tangos reos de Marcelo, las avivadas de Julio César. ¿Forman parte de aquel “del mismo estilo de la calle oscura”? La sonrisa de Josefina dibujada en su chelo, el bandoneón sublime de López, la conmovedora fraternidad de Praino y el Tata que se percibe en cada mirada, cada arranque y cada cierre, como si se dijeran: “Lo hicimos! Una vez más, lo hicimos!”

¿Y nosotros, el público? Bueno, nos despedimos hasta el próximo Puchero entre abrazos de amigos y de ocasionales compañeros de mesa. Puede que nos agarre un cacho de nostalgia. Pero nada de todo esto nos será ajeno mientras sepamos que “Nunca jamás se abandona lo que llorando se deja”

Carlos Semorile

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