Obra de Roberto Cedrón

Obra de Roberto Cedrón
Obra de Roberto Cedrón

miércoles, 25 de septiembre de 2013

¿Cómo se inserta la cultura en un proyecto de país?

Este texto es colectivo. Fue escrito por Antonia García Castro para ser dicho por Tata Cedrón en un encuentro realizado en La Plata la semana pasada. Se inspira en conversaciones con colegas y amigos sobre temas culturales como se explicita a continuación. 


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Lo que vengo a plantear son temas que desde hace mucho estamos discutiendo con mis compañeros. Especialmente con los miembros del Cuarteto Cedrón pero también con otros músicos, algunos muy jóvenes. Y con otras personas que no son músicos y con quienes hemos podido tener un diálogo sobre cuestiones como ¿qué es la cultura? ¿Con qué se come? Si no se come ¿para qué sirve? ¿Para qué la queremos o porqué la queremos? Pero sobre todo, ¿cómo se inserta la cultura en un proyecto de país?

Respecto a esta última pregunta, quiero señalar algunas reflexiones.

La primera tiene que ver con la cultura como genuina expresión de lo nuestro

Esto no es una característica argentina. Todos los pueblos tienen su cultura o sus culturas. O sea, sus propias maneras de hacer las cosas, todas las cosas: no solamente las canciones sino también el pan, las comidas. Me gusta el ejemplo de las comidas. La cocina de un pueblo se hace con lo que se tiene a mano y en función de algunas necesidades específicas. Eso va variando con el tiempo, se pueden producir mestizajes, dentro de ciertos límites. Esos límites también van cambiando con el tiempo. Lentamente. Los cambios brutales no son tan frecuentes en la cocina.

Voy a dar un ejemplo criollo: en Argentina se toma café y se toma té, pero a nadie se le ocurriría que eso signifique que hay que dejar de tomar mate. Si el hecho de tomar café o de tomar té implicara dejar de tomar mate, me parece que generaría un conflicto bastante grande. Pero no solamente porque nos gusta el mate, porque tiene un rico sabor sino porque es la expresión de un modo de ser y, sobre todo, de un modo de compartir con los demás. Ese modo es algo que une. Todos o casi todos toman mate: los rubios y los morenos, los ricos y los pobres, los jóvenes y los viejos, los rockeros y los tangueros, la gente de la ciudad y la gente del campo, gente de todas las ideologías, etc. Y más allá de las diferencias, uno puede suponer que todos lo comparten más o menos de la misma manera: con ciertos modales. Porque si bien es cierto que siempre cabe la posibilidad de terminar a los gritos, el mate se ofrece de mano en mano y eso –en algún punto– lo asemeja a una forma de fraternidad. Entonces, renunciar al mate sería renunciar a todo esto que rodea el mate.

Yo me imagino que si el día de mañana nos invadiera alguna potencia extranjera y nos suprimiera el mate a favor de una bebida XX, esto generaría algún tipo de discusión. Y si cien años después, ya olvidada la forma en que se introdujo la bebida XX y hasta considerando que esa bebida XX ha pasado a ser una bebida nacional, sin duda persistiría el recuerdo del mate como algo que tenía valor: no tanto por su sabor sino por lo que permitía compartir. Ese recuerdo no lo borraría esta nueva bebida nacional… y colonial… O al menos eso espero.

Hay otro ejemplo que me viene en mente cuando se habla de cultura. Tiene que ver con la arquitectura. En especial con la manera de hacer las casas. Esa manera depende de muchos factores pero, básicamente, tiene que ver con las necesidades de los que van a vivir dentro de esa casa y con un entorno. No es lo mismo construir una casa en un lugar donde nieva que en una zona tropical. Las necesidades no son las mismas. Y esto no quita que algunos ignoren el entorno y hagan su casa según el gusto del constructor (caso de los ingleses que instalaron sus chalets con techo a dos aguas en la Pampa donde no había nieve…)

Pero bueno, el tema es que la cultura se relaciona también con necesidades y con un entorno. Y su carácter genuino está dado por el grado de libertad con que vamos generando nuestros saberes en función de esos entornos, de las necesidades y de los materiales de los que disponemos, etc. Para mí son palabras que van juntas: genuino, autenticidad, libertad.

Pero la cultura es algo más que la expresión genuina de lo nuestro. La cultura, entre muchas otras cosas, puede ser una herramienta política. Y en nuestros países esa herramienta ha sido más frecuentemente utilizada como herramienta de dominación que de liberación.

Todos sabemos de qué manera las grandes potencias han usado diversas producciones culturales como un instrumento de penetración. Todos sabemos también de qué manera esas producciones vehiculan siempre un estilo de vida, una forma de ser, una manera de vestirse, de hablar, de cantar y hasta una manera de caminar. Los mecanismos no son diferentes de los de cualquier tipo de colonización. Porque la colonización nunca es meramente económica y política, siempre es también cultural. Y lo peor que le puede pasar a un pueblo colonizado es no tener conciencia de estar colonizado. Ocurre que el proceso de colonización es tan complejo que lo ajeno termina por dar lugar a muchas elaboraciones y es así como probablemente algún día llegará en que la Coca-Cola (o sus derivados) nos parecerá una auténtica bebida nacional. Respecto a este tipo de situaciones hay dos temas que me parecen especialmente relevantes:

-         que se tenga masivamente conciencia de que estos procesos de dominación por lo cultural existen, que se informe, que se discuta;
-         más allá de sus orígenes, que se tenga conciencia de que no todas las formas culturales están coexistiendo hoy en Argentina en igualdad de condiciones.

Sobre estos temas, puedo indicar algunos autores que me parecen importantes como puede ser Homero Manzi, cuando escribe ese texto que se llama “Lo Popular”. Pero también Buenaventura Luna que tiene toda una reflexión sobre estos temas: sobre la música que escuchamos y el desconocimiento de lo propio a beneficio de otras formas musicales que no coexisten simplemente con lo propio en condiciones de respeto e igualdad sino que lo desplazan, lo avasallan y lo terminan marginalizando. Marginalizando de tal manera que uno –siendo un músico argentino– puede llegar a sentirse un invitado y hasta un extranjero en su propia tierra. También señalo un texto de Carlos Semorile, escritor, llamado: “Para no ser turistas de nuestra propia cultura” que publicamos en estos días en “El Cedroniano”.

Respecto a estas situaciones, lo que me interesa es poder plantear la siguiente pregunta: ¿puede la cultura argentina – como expresión de lo genuinamente nuestro– ser parte del proceso de independencia que estamos construyendo en lo económico y en lo político? O definitivamente cabe asumir que nuestra cultura hoy es “otra” y viene de afuera: no necesariamente de las grandes potencias sea dicho de paso. Los fenómenos de sometimiento cultural a veces toman formas muy sutiles y pueden hasta presentarse como “liberadores”, tanto más cuando son del gusto de algún sector de la sociedad considerado como particularmente relevante. Sobre este punto el texto de Carlos Semorile es muy interesante cuando aborda el tema de las orquestas creadas en Venezuela gracias a las cuales muchos chicos en situación marginal saben tocar el violín pero ignoran lo que es un cuatro.

En definitiva: ¿Qué es lo que la cultura nos permite compartir? ¿Con quienes? Ahora me quiero referir más precisamente a lo que es una canción. Porque una canción puede ser muchas cosas pero es también algo que nos forma, lo mismo que un libro y quizás mejor que un libro. Una canción es algo que todo el tiempo nos está indicando algo que mirar, algo que escuchar, algo que atender. Entonces, cabe preguntar, ¿qué pasa si por voluntad o por inercia, dejamos de lado cierto tipo de canciones argentinas? ¿De qué nos estamos privando? ¿Qué es lo que no estamos escuchando? ¿Qué es lo que no estamos viendo, atendiendo?

Yo me pregunto si todos los chicos de Argentina, junto con escuchar todo aquello que les llega a través del flujo permanentemente abierto de las radios, de la televisión, de Internet, no deberían poder también escuchar palabras como éstas:

-         Desde lejos se te embroca pelandruna abacanada…
-         Vallecito de Huaco donde nací, sombra del fuerte abuelo que ya se fue…

¿Deben o no? ¿Por qué? Pero no solamente se trata de palabras sino también de sonidos. De un modo de decirlos, de tocarlos, de interpretarlos. Un modo que tiene sus códigos y su razón de ser (caso del bombo).

Estos sonidos que conforman la canción criolla en todas sus facetas tienen que ver con ese mate compartido al que me refería. Que luego, con conocimiento, los niños convertidos en jóvenes adultos, puedan pensar que esas formas ya no los representan, es una posibilidad. Pero que no las conozcan es negarle una parte fundamental de su propia tierra, de una forma de riqueza, de legado que generó este país en un momento específico de su historia.

Volviendo a un ejemplo que he usado otras veces: en Francia se dice habitualmente “no podés no conocer a tus clásicos”. El colegio se encarga especialmente de esa tarea. A nadie se le ocurriría desechar a los “clásicos” porque la sociedad francesa hoy es otra. Tampoco a nadie se le ocurriría pensar que “Los Miserables” ya no tienen nada que decir porque la pobreza es otra. Desde este punto de vista me parece fundamental identificar dentro de cada cultura aquello que tiene un valor más allá de su tiempo porque nos remite a un tipo de humanidad, porque reivindica un tipo de humanidad y un tipo de vínculo entre las personas. Me parece que la canción criolla con todos sus matices, en toda su diversidad, es atemporal y es parte del bagaje que necesitamos si queremos fomentar ciudadanos libres, lúcidos, responsables y, sobre todo, justos.

Mucho se ha hecho en Argentina en estos últimos tiempos, especialmente a través de algunos canales de televisión que dependen del Ministerio de Educación para hacer escuchar otras voces. Pero todavía queda mucho por hacer respecto al rol de la cultura y de los artistas argentinos en estos momentos claves que estamos viviendo. Uno de los temas importantes tiene que ver con los interlocutores. ¿Con quién habría que hablar estos temas? Habría que considerar de una vez por todas que si el tema es la cultura, lo primero es hablar con quienes la hacen, con los artistas, con los creadores.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Balada del hombre que se calló la boca por el Cuarteto... Rojo Estambul !

Un clásico del Cuarteto Cedrón interpretado por el Cuarteto Rojo Estambul. Qué bueno que estos chicos se encontraron con esta perla... El Tata contento

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Miércoles 18 de septiembre - 20 h - Tata Cedrón en El Gato Escaldado

EN EL MARCO DE LA SEMANA DE BOEDO



Miércoles 18 de Septiembre – 20 hs

Juan “Tata” Cedrón en vivo en El gato escaldado - Libros
50 años del Cuarteto Cedrón, 10 años de la Red de Cultura de Boedo… para festejarlo, estará el querido Tata Cedrón tocando en nuestra casa librera por segunda vez. 

En El gato escaldado – Libros – Av. Independencia 3548 - Entrada libre y gratuita – Capacidad limitada

VER PROGRAMACIÓN COMPLETA EN

martes, 10 de septiembre de 2013

Para no ser turistas de nuestra propia cultura - por Carlos Semorile


Casi con un pie en el avión que la llevaba de regreso a su Venezuela, Cecilia Todd se hizo un tiempito para pasar por el Centro Cultural Francisco Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Allí brindó una charla sobre las influencias en la música folklórica latinoamericana, y luego desgranó unas canciones para refrendar con ejemplos musicales lo que antes había explicado de palabra. Hizo un par de ritmos harto difíciles que son bien propios de distintos estados o provincias, y también pasaron por su maravillosa voz el Polo margariteño y Pajarillo verde, dos de sus más afamadas canciones. Luego, explicó que una de las cosas que más le gustan de México son Las mañanitas porque son un modo propio de homenajear a quien cumple años, y cantó una versión venezolana que no es justamente el “happy birthday”.

 Finalmente, y a pedido de una compatriota suya presente en la sala, nos deleitó con la canción de cuna de los venezolanos. La misma, explicó, sigue la melodía del Himno Nacional de Venezuela, y no se sabe qué fue primero, si el himno o el arrullo para los niños. Cuando en su momento Víctor Jara la escuchó, le gustó tanto que le sumó unos versos que terminan diciendo: “Cuando seas grande/podré descansar/la voz de Bolívar/en ti vibrará”. Cecilia agregó que afortunadamente a nadie se le ocurrió que los niños se duerman escuchando un “rap”, pues de ese modo en vez de sueños tendrían pesadillas.

Al decir esto, la Todd retomaba un tema sobre el que ya había dicho lo suyo durante su exposición; a saber: qué música escuchamos y bajo qué formas musicales se forman las nuevas generaciones de latinoamericanos. Todos conocemos –y seguramente aplaudimos– el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, las que originalmente fundara José Antonio Abreu y que hoy cuentan con Gustavo Dudamel al frente de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Las mismas han logrado la inclusión social de millares de jóvenes, con dignidad y fluido acceso a la cultura, pero Cecilia Todd razonablemente cuestionaba que estos niños –principalmente de provincias y de barriadas humildes– conocen una música eurocentrista pero desconocen la propia. Y el mismo fenómeno se repite a nivel de los instrumentos: los jóvenes aprenden a tocar el violín pero nada saben del cuatro, instrumento que está en el centro de los ritmos venezolanos, que es lo mismo que decir en el corazón de la cultura popular de ese país hermano. A modo de reparación, el gobierno venezolano ha declarado que este es el Año del Cuatro, promoviéndose su conocimiento y difusión. Como aquí también sabemos de ese tipo de movidas, nos preguntamos: ¿qué pasa cuando termina el Año del Cuatro, o el Año de la Milonga Surera, o el centenario de tal o cual referente musical?

Nada pasa. O mejor dicho: pasa que seguimos “visitando” nuestra cultura como si fuésemos una suerte de turistas ocasionales en nuestra propia Patria, en vez de (como dice una amiga, venezolana ella), “amar lo nuestro y convertirlo, de una vez y para siempre, en estilo de vida, pero de una manera espontánea, enérgica y perseverante, que dependa de nosotros mismos, porque lo sintamos como una indeleble marca en la sangre”.

Carlos Semorile

DIA DEL TRABAJADOR CINEMATOGRAFICO. Festejos en el Cine Gaumont. (Operac...

Muy especialmente para los que no pudieron estar presentes en el homenaje que se le hizo a Jorge Cedrón y al equipo técnico de Operación Masacre, el sábado pasado, con motivo de la recuperación del cine Gaumont y del dia del trabajador cinematografico. Hechos que se celebraron con la difusión de la copia restaurada de la película Operación Masacre. Acá un audiovisual con imagenes de la previa, los discursos, la entrega de diplomas, la presencia de Lucía y de Julián Cedrón, la voz de Jorge y la de Tata.