Obra de Roberto Cedrón

Obra de Roberto Cedrón
Obra de Roberto Cedrón

domingo, 27 de noviembre de 2016

Cartografía de las pasiones



Fotografía de Carlos Vizzotto

El espectáculo se llama “Arrabal Salvaje”, y es un recorrido danzado por las canciones del Cuarteto Cedrón a partir de las coreografías de Andrea Castelli. Pero, ¿cómo?, ¿se puede bailar “Eche veinte centavos”? ¡Se debe! Nos los debíamos todos los que tirábamos pasitos tímidos debajo de las mesas, y en la oscuridad cómplice de los teatros. Hay un montón de temas del Cuarteto que invitan al abrazo, y hay otro montón de canciones cedronianas a las que uno nunca imaginó que iba a verlas bailadas e interpretadas por un cuerpo de profesionales de la danza. Pero esta última frase se revela muy pobre porque no refleja lo que uno sintió cuando vio esos cuerpos en estado de poesía.

En estado de poesía no sólo porque sean capaces de asumir y superar el desafío de poner en escenas algunos poemas nada fáciles, sino porque además interpretan una época mítica de zaguanes y glicinas, de sillas en la vereda y lances como estocadas, de romances afiebrados y cartas de amor ovilladas bajo un lazo punzó. Se trata, claro, de nuestra edad de oro, la de aquellos músicos, poetas y escritores que retrataron una comunidad que recitaba, cantaba y bailaba su propia identidad hecha canción. Pasaron ya muchos años pero cada vez que queremos recordar quiénes somos y de qué somos capaces, ella nos está esperando como una enamorada fidelísima.

Pero a los mitos no se los recrea de cualquier manera, ni es posible recuperar sus fulgores bajo las formas estandarizadas del “show b  usiness”. Se trata, por el contrario, de acceder a ellos por la “vía regia” de los ritos que nos fueron legados: un sonido que conmueve a los corazones y que sugiere una geografía conocida, una manera de acompasar ritmos y cuerpos, un modo de mirar a quienes amamos, un estado del alma que acompaña las alegrías compartidas y es solidaria con las inevitables desilusiones que nos da la vida. Una forma de transitar las calles, un estilo de convivir en los patios, unas ganas locas de que sean verdad aquellas pasiones que prometen consumirnos.              

¿Es real que se puede bailar todo esto? Si el rito actualiza el mito, como sucede en “Arrabal Salvaje”, es posible que se nos vaya la vida detrás de esas muchachas en flor y de esos jóvenes apuestos que dejan la piel en cada caricia y en cada despedida. Además, y esto acaso sea todavía más difícil de explicar, estas historias de parejas son seguidas de cerca por un coro (la comunidad misma) que jamás se desentiende de la suerte de cada uno de sus miembros. No hay soledad, abandono ni desamparado, aunque existan la pena y el adiós. Y desde esta orilla del tiempo, el Cuarteto los acompaña y la voz del Tata los asiste y los ampara, o los chancea y los empúa, pero siempre los cobija.

“Arrabal Salvaje” es una cartografía de las pasiones argentinas, esas mismas que le han dicho que ya no existen ni vale la pena hacer nada por recuperarlas. No les haga caso. Véalas, están ahí, en un recodo de su espíritu criollo que todavía palpita cuando suena un valsecito porteño y amoroso.   

Carlos Semorile

Arrabal

Arrabal Salvaje - Teatro El Popular 2016o

martes, 22 de noviembre de 2016

"Siempre durará"



Arte de tapa: Pedro Hasperué


Acaba de editarse un disco doble que contiene dos trabajos extraordinarios que, si en nuestro país tuviésemos justicia cultural, sonarían en cada casa. El primero es “Velay”, un disco más que lindo, precioso, delicado, potente, emotivo… Dice el Tata: “El primer recuerdo que yo tengo de una canción es “Zamba sí, penas no”. La cantaba uno de mis primos, Germancito, que murió de niño. Calculo que cuando escuchaba esa canción, yo tendría tres o cuatro años. Esto quiere decir que estas canciones me acompañaron desde siempre”. En “Velay, música de tierra adentro”, se enhebran joyas tales como “Pampa del Chañar”, la “Canción del jangadero”, “Viene clareando”, “Tuna-Tunita” y “Nostalgias tucumanas”, entre varias otras. 

“Con los años –relata el Tata-, dentro de lo que es mi costumbre de pasar lo que sé, me encontré con un joven, Roger Helou, y al mostrarle cómo era el folklore de esa época, cuál era su poética, cuál era su estructura, nació la idea de trabajar juntos ese repertorio (…) Esas canciones fueron primero presentadas en vivo, en distintos escenarios, y luego decidimos grabarlas”. Recuerdo una de esas presentaciones en una casona de Villa Urquiza donde escuchamos extasiados a Cedrón y Helou, y confieso que no imaginé que se pudieran hacer mejor. Y las hicieron todavía más bellas al incorporar a Nicolás Arroyo y a Horacio Presti, quien ya había participado como intérprete y arreglador en distintos trabajos del Cuarteto Cedrón. Una mención aparte para el estilo “Cuando te fuiste”, que empieza en la pampa y, merced al charango de Jaime Torres, va escalando la geografía argentina hasta instalarse en la puna.

En el segundo disco, “Mojarrita Porá, la música amontonada del mundo”, conviven formaciones del Cuarteto de distintas épocas. Hay grabaciones inéditas que pudieron ser rescatadas para que el Tata las cante casi cuarenta años después, y hay registros contemporáneos del Cuarteto. En todas ellas se destaca la maravillosa voz del Tata al frente, desde siempre identitaria pero más plena y más libre al correr de los años. Y está también la savia nueva guiada por Cedrón y el Profe Praino de un modo formidable, manteniendo el mismo espíritu y alcanzando nuevas cumbres de lirismo cedroniano.

Dice el Tata que este trabajo, que reúne “Velay” y "Mojarrita Porá", “no se estructura como muchas veces en torno a un poeta ni en torno a un género musical. Acá se codean Camões, Quevedo, Vallejo, De la Púa, Ayala, Tuñón, Cantarella (Tiburcio Porvenir), Manzi, Luna, Dávalos, Torres, Yupanqui, Rocca, Tormo, Presti, Jaimes, Marechal, Barraza, Canales, Aredes, Falú, Pardo, Praino, Arolas y García Castro (…) Hay una paleta sonora (…) Se trata de un homenaje a ese friso sonoro que nos ha acompañado. “La música amontonada del mundo”, como dijo Tuñón”. Me atrevo a agregar que estos discazos se estructuran, como toda la obra del Cuarteto, en torno de la belleza y del amor que nos llenan el alma. Y, si como dice Camões, “el alma vive eternamente, y el amor está hecho de alma y siempre durará”, el Cuarteto “siempre durará”.

Carlos Semorile