Obra de Roberto Cedrón

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jueves, 13 de enero de 2011

Sobre la verdulería - por Edgardo Lois

Una imagen para el año nuevo

Plin, caja, para el 2010, meta palo y a la bolsa es la consigna en esta, nuestra inevitable manera de reunir: historias, sensaciones, momentos para la memoria en donde con suerte se puede mezclar lo cotidiano con lo creativo, en donde con viento a favor se puede llegar a pronunciar la palabra amor. Me gusta la acción de “reunir” como deseo vital: mientras espero invitados, me reúno, mientras abro mi casa, recibo: lo hago durante el tensado de la maravillosa cuerda de la vida, en el mientras tanto de los días, durante el juego de ofrendar la presencia, y es en estos tantos paisajes donde transita el alma del quía que no sabe de pausas: el tiempo. Reunimos porque tenemos ganas, porque la jugada pinta placentera y entonces empujamos a ganador, es decir, vivimos escribiendo una poesía a través de los momentos atesorados: reuniditos ellos, cercanos entre pares: las señales felices que hacen la vida única, irrepetible, de una persona. Y a esta altura, por favor, a no asustarse, no todos los tiros del balero son ensarte y gloria, hay que estar preparados para los bochazos en la nariz y las cabriolas fallidas en el aire. Vamos a escribir la palabra alpiste más de una vez, y es saludable saber del aroma de la derrota, porque así es el juego, una de cal y una de arena, cara y cruz. Todas las historias transitan en el aire del tiempo, que abre y cierra años como si de pestañar se tratara: el tiempo calendario: el mejor amigo cuando las caricias ensobran el cuore, el muy turro cuando vestido con paño verde y carcajada nos invita a hacernos de la partida sabiendo de antemano que al señor Seguro, por lo menos, se lo llevaron preso. Fuera las predicciones de chinos, aztecas y arribistas de distinto pelaje, hay que vivir cada año a conciencia propia, hay que aferrarse y saber soltar, hay que saber que puede venir tanto el abrazo como la cachetada; hay que estar atento a la vida simple, porque en el no saber, en la no existencia de instructivo, se guarda el mejor de los gustitos.

Luego de servido el año, si están las ganas, habrá balance de los goles a favor y en contra. Los balances no me gustan, me alcanza saber que lo intenté una vez más y de la mejor manera que pude, en cambio me gusta aferrarme a algunas imágenes o momentos del año que se fue para enviarlos al futuro cercano, toques que a las claras me dijeron: che, qué bueno, esto es ganador: por eso el impulso de festejar este 2011 con una imagen/historia.

Hice click fotográfico o le di permiso a mi memoria filmadora en un mediodía de octubre. Lindo día, sol a gusto, sol respetuoso de las pobres criaturas cuando inicié camino en el barrio de Villa del Parque. Bajé del 84 y me mandé por Jonte, tranquilo, hasta llegar a la esquina con Cuenca. Un grupo de personas se reunía en el lugar: una verdulería, que de manera muy original se vestía de regalera. La sustanciosa mercadería ofrecida al público se iba acomodando sobre la vereda. El público interesado se nutría de todas las edades: aguardaba, espiaba, no había lugar para ansiosos, era lindo estar, ver, enterarse de cómo es el mundo antes de un gran acto de magia. Los mayores encontraron una silla bajo el toldo metálico de la verdulería, los chicos corrían entre los obstáculos vivientes de la vereda. Pegada al cordón, la camioneta medio destartalada del verdulero hacía las veces de palco vip para los bajitos que de a poco iban dejando la carrera y las risas. Los usuarios del transporte público de pasajeros, sí, los bondis, miraban sorprendidos hacia la verdulería, ¿qué es lo que está sucediendo bajo el alero de la pulpería?, puede haberse preguntado alguno de ellos, y por suerte ninguno de los bondineros, que solo apuntaban a pasar despacito para tratar de llevarse alguna foto de la rareza para comentar entre compañeros.

Llegué justo en el filo de la parrilla, un poco después del mediodía, y pude atrapar el último ejemplar de un verdadero choripán y uno de los últimos vasos de tinto. Quise pagar, y en ese instante supe que acababa de bajarme de un plato volador: en esta fiesta no había moneda, solo trueque: vos me das tu compañía, yo te doy mi arte, mis ganas, y los dos, vos y yo, nosotros, ¿entendés?, nos regalamos esta esquina, y en ella nos encontramos entre las emociones y las memorias. Este cronista asegura que esa imagen de comienzo hablaba clarito: Vos y yo hacemos el barrio, tan en libertad, tan hermanados, tan cerca, unidos en las miradas, en las palabras, en el sentimiento casi olvidado de volver a encontrarnos en la calle, en la esquina, ya sé que me repito: en el barrio, en esta verdulería que hoy no vende, regala, porque mientras es fiesta y sonrisa se brinda respiro a la memoria.

Mi plato volador había quedado sobre Nazca, había caminado unas pocas cuadras: y terminé parado muy cerca de uno de los regaleros. Con voz firme pregunté: Señor, ¿me vende un kilo de papas? No, ahora no podemos, contestó el Tata Cedrón mientras terminaba de sacarle la funda a su guitarra. Lo propio hacía Miguel Praino con su viola y Miguel López con su bandoneón. El Tata acomodó dos cajones de madera, en uno se sentó, y el otro la jugó de atril. Abrió entonces este concierto callejero el Cuarteto Cedrón (momentáneamente devenido en trío) ante las personas del barrio que se habían enterado por el boca a boca de la movida esquinera. Pero no fueron los únicos de la partida, a ellos se sumó Horacio Presti, viejo colaborador del Cuarteto de los años en Francia y hoy vecino de la verdulería; Gustavo Nasuti en guitarra; Aldo Capece y su armónica; Ángel López, voz y guitarra, según el Tata: el tapado del barrio, que se llevó muchos aplausos; y la cantante Karina Beorlegui, que no tuvo problemas al bajar del escenario y caminar por la vereda. Presti es vecino y es esta misma condición la que llevó al Tata a emprenderla con la guitarreada. Cedrón buscaba nuevo refugio en Buenos Aires, dejaba Boedo, y andaba de caminata por Villa del Parque; así la vida simple de los hombres simples, hasta que escuchó que lo saludaban, ¡Chau, Tata!, era el verdulero: José Ottati. Conocía al Tata de un programa de radio donde él trabajaba y en el que alguna vez habían entrevistado al cantor. Cedrón terminó viviendo a tres cuadras de la verdulería y pasó a ser cliente de Ottati. El Tata recuerda: Empecé a ir a tomar mate, a discutir con la gente, a decirle piropos a las chicas. Así hasta que el 9 de julio de 2008 el verdulero lo invitó a comer un choripán en la vereda con unos amigos; Cedrón dijo: Llevo la viola y cantamos unos tanguitos. Ese fue el principio.

A propósito de su actividad en la verdulería entrevisté al Tata Cedrón para el diario Tiempo Argentino; el cantor definía en la nota una expresión de deseo: No hacemos publicidad, queremos que la gente sea la que descubra que hay otra gente haciendo música, y que se permita sentarse a escuchar al músico o un disco, a leer un libro. Tenemos la amistad, el barrio, la gente se prende.

Guardo mi postal, mi corto, mi foto; guardo la música en la calle, guardo la canción popular, guardo la felicidad de la gente. Una y otra vez vuelvo en el recuerdo: veo al Tata, feliz él, cantando y contando historias, pequeños secretos de sus canciones, alguna anécdota referida a amigos escritores, músicos, a los buenos años del pasado donde la necesidad solidaria, la necesidad de una sociedad más justa, convocó a mucha gente de los barrios a intentar construir otra historia.

Después del recital en la verdulería los músicos se mezclaron con la gente, fue el tiempo de la charla amiga. Los cajones de verduras, los repollos, las frutas, se guardaron en la esquina, los instrumentos en sus estuches, y el recuerdo quedó libre para habitar las patrias internas de los presentes. En la verdulería se escribe hoy una parte importante de la memoria, una historia de letra chica de un tenor fundamental debido a la dimensión del convite: a estar, a ser parte, a enterarse, a discutir, a cruzar ideas con el vecino: una manera de enterarse de que no todo viene envasado, de que no todo se vende, en definitiva, de que no todo es alimento balanceado para pollos.

Mi verdulería se inició en 2010, pero la susodicha ya tenía su historia: un par de años como marca en el barrio, la música en la calle, la cultura ubicada donde tiene que estar: en el afuera, para todo aquel que guste servirse.

Esta es mi imagen/historia que quiero enviar a mi futuro inmediato, músicos en una verdulería. La esquina de Jonte y Cuenca por suerte queda bastante alejada de esa extraña manera con que el poder, muchas veces, intenta establecer la cultura sobre la vereda, y es en la acción mal entendida de reunir donde hace agua y termina montando la “gran” cultura de los escenarios gigantes, paisajes que curiosamente terminan alejando desde cerca, paisajes donde terminan medrando personajes con bolsillos de payaso a la hora de contar la moneda de las conveniencias. ¿Dónde queda la cultura en la calle?, en mi 2010, en la verdulería, y también ahí la quiero en el 2011, cerquita, acá nomás, entre la guitarra del Tata Cedrón y los cajones de José Ottati.

Edgardo Lois / Enero 2011


4 comentarios:

  1. Anónimo10:05

    gracias edgardo los tomates las acelgas y los repollos ...agradecidos

    jose luis ottati

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  2. Anónimo11:24

    Al Tata y a Todos :

    Cuándo tenemos la próxima en "la verdulería" ? ...
    Amelia

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  3. Holaaaaa tenemos verduleria musical el 17 de agosto???

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    Respuestas
    1. no sabemus todavia, estar atento más sobre la fecha

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